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El corazón de Lugo, la antigua Lvcvs Avgvsti, está rodeado por una muralla romana con más de dos kilómetros de perímetro. Quien conozca las hermosas murallas medievales que se conservan en muchas ciudades europeas, quedará asombrado ante la enormidad de este monumento único; porque esta impresionante fortaleza urbana es la única que conserva íntegro su perímetro en los tres continentes por los que se extendió el territorio del Imperio Romano. Por esta razón, el 2 de diciembre del año 2000 la UNESCO inscribió oficialmente la muralla de Lugo en la lista de monumentos declarados Patrimonio de la Humanidad, según el acuerdo tomado el 30 de noviembre anterior. Después de su incorporación al imperio romano mediante las llamadas Guerras Cántabras, la Gallaecia de la época se dividió en tres grandes circunscripciones o conventos jurídicos: el bracarense, el asturicense y el lucense. La tierra que actualmente llamamos Galicia ocupa todo el territorio de la Gallaecia Lucense, una pequeña parte de la bracarense y otra más pequeña aún de la asturicense.

Lucus Augusti fue una importante ciudad provincial, situada estratégicamente en un nudo de comunicaciones primordial; recordemos que -según cuenta Plinio-, de las minas de la Gallaecia, Roma obtenía diez mil libras de oro cada año. Y siendo como eran tiempos de la “pax romana”, era una ciudad abierta.


Entre finales del siglo III y principios del IV, cuando la ciudad era ya tricentenaria, se realizó una reforma que desplazó ligeramente su planta hacia el norte, aunque siguió coincidiendo en su mayor parte con la ocupación primitiva. Pero eran tiempos críticos desde el punto de vista político y militar, y alrededor de Lugo se levantó una nueva y poderosa defensa: una impresionante muralla pétrea con 2.117 metros de circuito, coronada por 85 grandes torres semicirculares de entre diez y trece metros de diámetro, que originalmente se elevaban dos plantas sobre el adarve, con grandes ventanas en cada una; las torres de flanqueo de las puertas tenían probablemente tres plantas. Todas o casi todas las torres tenían acceso desde el interior de la ciudad, por escaleras abiertas a media altura en el cuerpo de la muralla, que tal vez serían completadas por escaleras de madera móviles. Los lienzos de los muros entre las torres oscilan entre los 8,80 y los 16,40 metros de ancho; el espesor medio de los muros es de seis metros; el adarve, que ahora está entre los ocho y los doce metros por encima del suelo exterior, quedaría entonces a una altura más regular.

Así era la muralla romana de Lugo, ciudad ahora bimilenaria. Pasaron diecisiete siglos, su función militar caducó, las torres fueron cayendo, excepto un resto en la Mosqueira, se abrieron nuevas puertas, la población se expandió extramuros... Pero el perímetro se conserva completo, y aún se pueden ver 71 cubos hasta el nivel del adarve que otorgan a esta tremenda fortaleza su carácter inconfundible.

De las puertas originales se conservan tres con poca modificación, y una de ellas, la Puerta Miñá, casi como fue construida. Varias de las primitivas escaleras de acceso de la guarnición están hoy a la vista. El adarve, que tiene una anchura de unos cuatro metros, es un paseo tradicional extraordinario, al que se accede por escaleras relativamente modernas adosadas al paramento interior de la muralla. De día es el mejor mirador sobre el casco viejo; de noche, gracias a una discreta iluminación, es un poético paseo lleno de misterio.
Pero en Lugo hay mucho más que ver…